KAMBIO KLIMÁTICO: Kyoto, Kiribati y el Keystone XL

FILE - In this March 30, 2004 file photo, Tarawa atoll, Kiribati, is seen in an aerial view. Fearing that climate change could wipe out their entire Pacific archipelago, the leaders of Kiribati are considering an unusual backup plan: moving the populace to Fiji. Kiribati President Anote Tong told The Associated Press on Friday, March 9, 2012 that his Cabinet this week endorsed a plan to buy nearly 6,000 acres on Fiji's main island, Viti Levu. He said the fertile land, being sold by a church group for about $9.6 million, could provide an insurance policy for Kiribati's entire population of 103,000, though he hopes it will never be necessary for everyone to leave. (AP Photo/Richard Vogel, File)

A finales del presente mes de noviembre se inicia la cumbre del clima de las Naciones Unidas en París (COP21).  Sí, llevamos 21 cumbres anuales intentando llegar a acuerdos para frenar una amenaza llamada “cambio climático”.  Los intereses de los poderosos y las necesidades de los menos afortunados se cruzan con vaticinios científicos sobre las consecuencias de nuestra forma de vida poco sostenible.

En el año 1997 se redactó el famoso protocolo de Kyoto. Una declaración de buenas intenciones viendo que esto del cambio climático podía ser serio. Pero tardó 7 años en entrar en vigor, hasta que hubo suficiente compromiso de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de los países más contaminadores. Este protocolo suponía unos objetivos de reducción a cumplir, como muy tarde en 2012. Posteriormente se extendieron los acuerdos de reducción de emisiones en el periodo 2013-2020 y ahora en París se espera sentar los compromisos de reducción más allá de esta fecha para evitar que la temperatura media se incremente como mucho 2 grados respecto a niveles preindustriales.

Hoy en día parece que ya existe un consenso generalizado de que la actividad humana está influyendo significativamente en el calentamiento global. Esto es debido al incremento de gases de efecto invernadero, derivados de nuestro estilo de vida. Si sube la temperatura cambia el clima y se vaticinan catástrofes como el incremento de desertificación y del nivel del mar por el deshielo de zonas polares y glaciares. Además del incremento de fenómenos violentos como huracanes e inundaciones.

Poniendo ejemplos concretos, se muestra la amenaza sobre estados insulares que quedarían prácticamente con el agua al cuello. En su día se habló que el estado de Kiribati estaba planteando la posibilidad de comprar tierra firme en otras islas mayores para realojar a su población, quienes se convertirían en “refugiados climáticos”. Un ejemplo un tanto exótico que difícilmente nos levantará de nuestras butacas europeas para tomar acción.

Pero hay lugar para la esperanza. En estos días Barak Obama ha rechazado finalmente la concesión del permiso de prolongación del oleoducto Keystone XL para transportar petróleo (más bien arenas bituminosas) desde el oeste de Canadá a refinerías en el Golfo de México en los USA. Obama finalmente ha podido enfrentarse a los grandes lobbies petroleros argumentando que el modelo económico de Estados Unidos se mueve hacia menor dependencia de combustibles fósiles. ¡Una gran victoria para el clima!

Pero, más allá de los grandes acuerdos políticos globales, ¿qué puedo hacer yo? Tomar conciencia de si mi estilo de vida es sostenible. Los gases de efecto invernadero se emiten para darme la energía que necesito en casa y en el transporte, proveerme de bienes que compro y producir los alimentos y el agua limpia con que me alimento.

Existe un método sencillo de medir la sostenibilidad de nuestro estilo de vida que es el cálculo de la huella de carbono. Este parámetro hace referencia a la cantidad de recursos naturales que necesito para vivir (mi huella) y se mide en toneladas de CO2 equivalentes emitidas por el consumo de esos recursos naturales. Existen numerosas calculadoras de huella de carbono en internet, como por ejemplo la de la asociación WWF (http://footprint.wwf.org.uk., en inglés) o la de la empresa de compensación de emisiones Carbon Footprint (http://calculator.carbonfootprint.com/calculator.aspx?lang=es). Yo mismo he realizado mi cálculo respondiendo sencillas preguntas sobre mis hábitos de vida y consumo. Extrapolando mi resultado a nivel planetario resulta que si todos siguieran mi estilo de vida harían falta 2,61 planetas Tierra para contentarnos a todos. ¡Muy poco sostenible!

Pero según varias fuentes, la media actual del consumo de recursos global es aproximadamente de 1,5 planetas. Pero solo tenemos uno. Para explicarlo de otro modo se anuncia cada año el “Earth Overshoot Day”, que es el día del año en que hemos consumido los recursos disponibles de un año entero. En 2015 ese día fue el 13 agosto (¡el mío particular sería el 20 de mayo!). Es decir, durante más de cuatro meses del año vivimos a expensas de recursos futuros, que deberíamos preservar para nuestros hijos.

Tomar conciencia de nuestro estilo de vida y cambiar a hábitos más sostenibles, sin olvidar la posibilidad de compensación de emisiones, junto con la demanda de cambios tecnológicos hacia energías renovables será la solución para superar la amenaza fantasma del temido Cambio Climático. Como ha dicho algún político: “No hay plan B, puesto que no hay planeta B”.

ECONOMÍA CIRCULAR: Menor impacto desde el ecodiseño al reciclado

04economiacircularLa Comisión Europea está trabajando en una estrategia de impulso de la economía circular. El objetivo es transformar Europa en una economía más competitiva en la eficiencia del uso de los recursos.

La economía circular es un concepto económico de desarrollo sostenible mediante la producción de bienes y servicios con reducción del consumo y desperdicio de materias primas, agua y energía. Se le llama economía circular, no lineal, pues se basa en el principio de cerrar el ciclo de vida de los productos y servicios. Se imitan los ciclos de la naturaleza, en los que se utilizan los recursos de forma eficiente, no hay basura y todo se reaprovecha.

Este nuevo paradigma económico va más allá del tradicional reduce, reusa y recicla. Se basa en el ecodiseño de productos, teniendo en cuenta sus materiales, procesos de fabricación y uso, de forma que consuman poca energía y no se generen desechos. Los productos deben poder extender su vida útil al ser fáciles de reparar y, finalmente, cerrar el círculo siendo reutilizables y fáciles de desmontar.

En una dimensión más de estrategia empresarial, la economía circular necesita de la definición de modelos para que los fabricantes puedan ser incentivados económicamente para recoger, volver a fabricar y distribuir los productos que hacen. Inicialmente puede ser necesario premiar aquellos productos de menor impacto para que sean competitivos.

Todo esto suena muy bien, pero estamos inmersos en un círculo vicioso en el que se diseñan y fabrican productos que son más baratos de reponer que de reparar. Usar y tirar. La evolución de la tecnología hace que los usuarios no tengamos ninguna motivación para conservar o reparar los aparatos. En poco tiempo se quedará obsoleto por conectividad, compatibilidad de software y prestaciones. Los productores protegen su negocio diseñando aparatos que son cajas cerradas, en contra de una modularidad que permitiera su actualización.

Los principios de diseño de usar y tirar persiguen ciclos de vida cortos de los productos. También provocan que desaparezcan actividades económicas de reparación y mantenimiento y florezcan otras de distribución tanto de productos nuevos como de residuos. El resultado, mayor consumo de materias primas, mayor consumo de energía en la fabricación y distribución y mayor cantidad de residuos. Poco sostenible.

La economía circular es, por definición, más eficiente, más sostenible y, por tanto, hará los buenos productos más rentables. ¿Y qué puedo hacer yo para favorecer el cambio de paradigma? La respuesta es ejercer un consumo responsable:

  • Comprar productos más eficientes en su uso.
  • Comprar productos que generen menos residuos, desde el embalaje al desecho final de su fin de vida útil, pasando por sus consumibles.
  • Elegir marcas con programas de recogida y gestión del producto al final de su vida útil.
  • Consumir productos de cercanía.

Y no olvidar las 3R:

  • Consumir lo necesario, sin excesos sólo porque lo puedo pagar. (Reducir)
  • Reparar lo reparable, favoreciendo la actividad económica local. (Reducir)
  • Dar un nuevo uso con un poco de imaginación o donar los productos a otros que todavía les puedan dar mayor uso. (Reusar)
  • Ayudar al reciclado, segregando y gestionando correctamente los residuos. (Reciclar)

Cabe recordar que en cada compra que hacemos estamos votando por un modelo económico y social. Votamos e influimos mucho más con nuestro dinero que en las urnas. Sí, tenemos el poder como consumidores, ahora sólo falta saber utilizarlo.